Un sitio para escribir no es más que eso, un lugar. Los psicoescritores escriben aquello que se les ocurre. Sin censura alguna. Cualquier parecido con la realidad es tan solo pura coincidencia. La creatividad se estimula, no se prohíbe.

30.5.13

La doctrina de la amistad

Florencio era buen tío. Le hacía la compra a su abuela, cuidaba de sus hermanas, paseaba al perro y aceptaba todos y cada uno de los "amigos" de su madre. El buenazo de Florencio había trabajado durante toda su vida de esto y de aquello: sobreviviendo. Daba dinero en casa y lo poco que le quedaba lo guardaba celosamente. Sin embargo cada cierto tiempo Florencio invertía una parte de sus ahorros en desatar la ansiedad que tanta paciencia y dedicación a los demás le provocaba. 

Florencio era un tío normal y corriente. A simple vista podías percibir en él cierta honestidad, sabiduría, seguridad y también ciertas drogodependencias. Bebía entre uno y dos litros de cerveza al día, fumaba unos veinte porros de hachís del moro o marihuana de un amigo a la semana, esnifaba speed algún que otro fin de semana y celebraba su cumpleaños, Navidad y alguna otra festividad con uno o dos gramos de cocaína.

Florencio: un tío castigado con la bondad y premiado con las malas influencias. A menudo cuando iba conmigo a algún bar solía echar unas monedas a las máquinas tragaperras. "Si gano esta te invito", decía excitado por el momento. 

Cuando charlábamos generalmente discutíamos. Habíamos compartido tantas cosas que tan solo nos quedaban las diferencias. Uno de los más habituales debates eran acerca de la creencia de un ente superior denominado Dios. Él lo adoraba. Le agradecía su suerte y lo defendía a pies juntillas. No obstante jamás rezó ni contribuyó con las empresas de la iglesia. Él afirmaba que Dios no necesita ayuda sino tan solo fe.

"La fe", subestimaba yo. Él enseguida se ponía a la defensiva. "¿Qué...?", vacilaba. "¿Cómo puedes creer en algo que no existe, que no hace nada, que no tiene indicios...con lo inteligente que tú eres?", le provocaba yo. "Sí existe", afirmaba él. 

La tertulia se podía extender hasta altas horas de la madrugada habiendo cerrado bares y viendo amanecer entre los edificios de las calles. En ocasiones terminábamos crispados por no lograr convencer el uno al otro. "¿Qué es Dios?", preguntaba yo en busca de la verdad. "Dios es todo", escupía expresándose con ambas manos. Y un sinfín de argumentos lógicos o no que nos impedían disfrutar de aquellos culos, aquellas tetas...que por allí se lucían.

Florencio, tal vez, había sido engañado por una doctrina que le imponía la creencia de un ser creador que nos ama y que nos castiga, de un ente que vigila y consiente, tal vez de un personaje de una novela que se tomó demasiado en serio.

A pesar de todo ello Florencio era buen tío. Un tío ejemplar. Un amigo. Un amigo que ayudaba, compartía, escuchaba y perdonaba. Un tío que jamás olvidaré.

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