Un sitio para escribir no es más que eso, un lugar. Los psicoescritores escriben aquello que se les ocurre. Sin censura alguna. Cualquier parecido con la realidad es tan solo pura coincidencia. La creatividad se estimula, no se prohíbe.

8.6.13

El cinéfilo

El gentío murmurando desordenadamente en la cola del cine. Era 1998 y algunos esperábamos ávidos para comprar nuestras entradas. Iba solo porque mi pareja me dejó un par de días atrás. Lena, que así se hacía llamar, era una tía más. Cualquiera en mi biografía. Casi insignificante de no ser por el estreno de aquella película tan trascendental: El Gran Lebowski, de los hermanos Coen. 

De haber existido el teléfono móvil estoy seguro de que a algún gilipollas le hubiese sonado justo en el instante en que "El Nota" conoce a Jackie Treehorn. O a alguien le hubiese dado por mirar la hora en el momento de conocer a Maude Lebowski. Película imprescindible en la vida de todo ser.

No recuerdo gran cosa de Lena. Ni siquiera recuerdo habérmela follado. Si alguien me preguntara algo así como "¿Qué recuerdas de Lena?", respondería: "El Gran Lebowski, el nuevo Windows, el 98 y su culo". Su culo era perfecto. Tenía un culo de exposición. Me encantaba tenerlo en la mano siempre que pudiese. ¿Quién desearía tener tele teniendo un culo así? Pienso que no la aproveché lo suficiente. Debí haberla puesto en la mesita del televisor, sustituyendo a éste, y ponerla a cuatro patas. Allí, bebiéndome una cerveza, admiraría su trasero desnudo durante horas. Y si tuviera necesidad de hacer sus cosas, que las haga allí mismo. Todo aquello que es precioso y perfecto necesita ser desagradable y sucio. De lo contrario no es precioso y perfecto. Y para su higiene encargaría el agua más pura. A ser posible creada única y exclusivamente para el PH de su perfecto culo. Sin cloro, sin aminoácidos...sin nada que no sea agua pura para un trasero perfecto. Ahora que pienso...con ese culo tuve que haberme lanzado...pero solamente aplico la lógica. Sigo sin recordar haber consumado el coito con ella. Tal vez yo me dedicaba a admirar su culo, a seguir la Segunda Guerra del Congo en televisión y a trastear con el nuevo sistema operativo de Microsoft mientras eran otros los que la satisfacían. Seguramente por eso me abandonó un par de días antes de ir al cine con ella.

Ella odiaba ver películas conmigo. "Cuando te sientas en una butaca o en el sofá de tu casa es para captar un mensaje que alguien ha empleado horas en perfeccionar. No nos sentamos para comentar cada escena, ni comer palomitas, ni levantarse para ir a mear...la incontinencia es para niños pequeños y abuelos", mantenía yo. Y mantengo. Sin embargo Lena necesitaba comentarlo todo. "A este tío le encantan los pies", tuvo que decir en Pulp Fiction. Y lo sé, pero no me toques los huevos. Cosas como "Voy al servicio, pon la pausa"...como decía Walter Sobchak: "La vida no se detiene y vuelve a empezar cuando tú quieres...". Y se quedaba sin ver esa escena porque se lo merecía por 1, haberme molestado; 2, no aguantarse; 3, no estar absorta por el ingenioso guión y 4, haberme jodido una película de esa manera tan...banal.

La ruptura me dio ganas de vivir. Obviamente pude ver una película sin sus labios pequeños y pintados de un color rojizo parloteando sobre cada cosa que su estúpida mente malinterpretaba. Ese día, después de aquel estreno, me recluí en mi salón para ver todas aquellas películas que ella había fulminado con su impertinencia. Lena, gracias por haberte alejado de mí. Desde la distancia te amo. 

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