Un sitio para escribir no es más que eso, un lugar. Los psicoescritores escriben aquello que se les ocurre. Sin censura alguna. Cualquier parecido con la realidad es tan solo pura coincidencia. La creatividad se estimula, no se prohíbe.

5.6.13

Colisión de Intereses (Parte Primera): El accidente

COLISIÓN DE INTERESES (Parte Primera)

El accidente ocurrió hacia las 2 a.m. Llevaba el cadáver en el asiento trasero de mi monovolumen color canela y ya comenzaba a echar peste. Pero lo peor era el ruido de las alarmas de los coches junto con los gritos de las madres que acababan de perder a sus hijos.

        La policía no tardó en llegar. Por suerte llevaba una manta con la que había cubierto el fiambre. Sé que podría haberlo hecho pasar por una víctima más de la colisión, pero las puñaladas habrían supuesto demasiadas sospechas para esos avispados médicos forenses. Así pues, opté por disimular y actuar como alguien más. También se presentaron allí los paramédicos y algún periodista de algún diario de la comarca. No quise que me atendieran los primeros ni atender a las preguntas de los segundos.

Por suerte no había sufrido ningún tipo de amputación, aunque, de haberla sufrido, probablemente mi mente habría seguido estando en otra parte.

Vino una policía y me preguntó si había visto algo. Le dije que “no, nada” y que me había encontrado a aquel trailer frente a mí sin tener el tiempo suficiente como para reaccionar. En ese instante una de las sollozantes madres comenzó a correr por en medio de la carretera invadiendo el carril contrario mientras gritaba que deseaba morir. La agente se apartó de mi lado y corrió hacia ella. Cuando la alcanzó se le tiró encima, logrando evitar que la tragedia fuera aún mayor. “Por una vez la policía sirve de algo”, me dije.

Algún medio televisivo aprovechó el incidente de la mujer para entrevistar a otras personas envueltas en el accidente sin que las fuerzas de seguridad los autorizaran. Yo los mandé a la mierda. Entonces dirigieron sus objetivos hacia un niño que lloraba abrazando un pequeño osito de peluche. Le di un puñetazo en el estómago al cámara y su compañero respondió con una patada en mi entrepierna.

Acabé en comisaría y el cadáver seguía allí, en el asiento trasero de mi monovolumen color canela. Me dijeron que la grúa se encargaría de llevarlo al depósito municipal hasta que mi situación se resolviera.

Entretanto el reportero y el cámara me amenazaban y el gris tostado y lluvioso de las paredes se filtraba por mi cuerpo.


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